Especie, casta, raza, clase, tipo, y vos. Pero antes Descartes, antes el yo. Dicen que la gente siente, que las personas lloran, que los hombres son afectados por diferentes cosas, que los humanos tienen la capacidad de querer. Resulta difícil compartir esas opiniones cuando uno tiende a renunciar a la vida o a dejarse llevar fácilmente por ella. Ni siquiera está claro lo que la vida es, lo que de verdad existe. No es fácil no poder secarse las lágrimas o no poder dejar de sonreír, ni tampoco es sencillo explicar por qué hay ciertos momentos en que son las lágrimas, y no las que surgen después de carcajadas ininterrumpidas, las que ofuscan los músculos de la cara. Quizás sea yo un excéntrico, un monstruo, una flor. Quizás sea yo el que no puede comprender porque no me comprenden. Creo en el estar despierto pero también creo en la incapacidad de actuar, de vivir, de olvidarse estando envuelto en un halo de tristeza, de desilusión, de desesperanza, de vergüenza. No encuentro escape de ese nicho perturbador, represor. Y es uno el que sin lugar a alternativas elige envolverse en él. No sé si lo elegí o hay algo más fuerte que uno que no lo deja elegir. Y es todo por sentir, es todo por vivir.
No me he encontrado nunca más sólo. Sí reconozco que hay otras figuras, otras sombras que me rodean y que hacen que los demás me digan que no estoy sólo, que tengo otras personas a mi alrededor. Pero de entre todas esas sombras hay una sola que se distingue y que tengo al lado. Al igual que para mí, sin embargo, debo ser sombra para ella. No encuentro otra razón para lo que siento, para la desolación en lo urbano. Es la única persona que necesito que me reconozca, que me distinga de lo negro y de lo difuso y que me vea claro tal como yo la veo a ella, tal como ella resalta por sobre la muchedumbre por alguna característica que dejó de ser física hace mucho tiempo. Pónganme delante una estampida de mujeres y inconcientemente tendería a abrazarla solamente a ella. Hay algo que me llama, hay algo que me hace mirarla, prestarle atención siempre, sentirla siempre, pensarla siempre. Creía que yo podía llegar a ser esa persona desde otro lado, pero se me ha roto la armadura. Ya no tengo ninguna esperanza dentro de lo que estoy viviendo, ya no encuentro otra razón para sonreír. Las escondo, las oculto, las encierro detrás de mi orgullo, detrás de la negación del llanto. Sonreiría cada vez que la veo, cada vez que la pienso y la recuerdo. Es desesperante el solo hecho de tenerla tan cerca, tan a mi lado, y tener que ocultar las innumerables reacciones de afecto que surgen dentro de mí. Y todo por saber que mi frustración más grande nace de la imposible reciprocidad, de la vergüenza que siento de mi característica de hombre. No quiero otra cosa que darle todo mi afecto, no quiero otra cosa que compartirme con ella. No me encuentro en soledad, mi necesidad de vida, mi vida, mis objetivos se reducen a compartirme. Desde que supe de ella y desde que llegué a conocerla entendí que no soporto materializar lo que llevo dentro en hojas y hojas, en canciones que escucho, en ráfagas que siento, en lugares que veo, en imágenes que de alguna manera u otra la traen al lado mío. Se quedan ahí como sentidos, como canciones, como ráfagas, como ciudades invisibles.
Nunca me he encontrado más sólo ni más lejos de mi hogar. Me rodea una sensación de miedo a todo. Soy un cobarde sin saberla en mí. Tengo miedo a salir, a irme, a quedarme, a conocer. Tengo miedo de volver a fallar como persona, tengo miedo de que vuelvan a negarme lo único que siento que me corresponde, ese altruismo sentimental que me lleva a amar más de lo que cualquier otra persona puede amar. Yo no soy más que lo que tengo para dar, y si puedo ser considerado egoísta no tengo problema en celebrarlo, pero no puedo entregarlo como quien reparte caramelos en un cumpleaños. Hay que tener los huevos grandes para dejarse caer con los ojos cerrados en los brazos esperados.