Una vez más no estuvo a la altura de las cosas que pasan. Pero fue la última por importancia, acontecimiento que nomás de cagón dejó pasar pero que confiando en la posibilidad de determinar la exacta combinación de fuerzas que logra que en determinado lugar, en determinado momento, en determinado yo, exista la precisa distribución de afectos que se necesitan para que le vuelvan a pedir fuego, decididamente va a volver a hacerlo pasar. Una falla, algo que se rompe, el excedente se descubre cuando se interviene en el límite. Esa vez fue el tren que lo esperaba enlatado en el andén. Imposible subirse, imposible no dejarlo pasar. Más vale tirarse frente a él en movimiento. Gracias, le dijo en secreto al que murió. Ahora era solamente miembros despedazados, bañados en la misma sangre que mancha la trompa del primer vagón, el encargado de que la gente se ponga las manos en la boca y abra los ojos horrorizada frente al espectáculo. Pero el sacrificio fue necesario para el sucederse de la acción en otra estación, en otro momento. La falla, el mal funcionamiento, la demora, el colapso del sistema, el amontonamiento de gente. Excedentes. Doble agradecimiento a la víctima. Doble agradecimiento al anormal sucederse de la existencia, al vacío, a los blancos, a los negros, a las dos bolitas de colores que colgaban como guirnaldas de un arbolito de navidad oscuro detrás de su cabeza, confundiéndose en naturaleza.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario